La crisis del "antifujimorismo" y cómo superarla


Los sectores más liberales ahora proponen que renuncien los vicepresidentes en caso de vacancia. Rosa María Palacios alude al "derecho de insurgencia". La idea es "asustar" al fujimorismo. Otros sectores confían en la disolución de la vacancia por falta de votos en las próximas horas. Otros apuestan a Vizcarra para reordenar la cancha y dar la pelea antifujimorista que PPK nunca fue capaz. Las izquierdas se dividen para variar entre una vacancia sin contemplaciones y otra en cámara lenta; aunque todas confluyen en el llamado inmediato a elecciones generales y asamblea constituyente como remedio para todos nuestros males. Muchos, entusiasmados con los calores veraniegos reclaman "que se vayan todos" aunque sin tener claro a dónde ni qué hacer luego. 

Más allá del incierto resultado del proceso de vacancia en curso, al parecer lo que también está en crisis es el "antifujimorismo". Y la verdad es que no me alegra, porque soy completamente contrario al fujimorismo, al que considero el principal de los males en nuestro país. 

Una parte de la complicada crisis que atravesamos afecta a la configuración política establecida a inicios del presente siglo que divide el campo político entre "fujimoristas" y "antifujimoristas". Esta suerte de matriz política que ha definido los sentidos de la política peruana por más de 15 años, está empezando a agotarse. 

En parte, porque esta matriz se basaba en dos supuestos: el primero es que los fujimoristas eran una minoría en repliegue, avergonzada de su pasado corrupto y el segundo supuesto que se desprende del primero, es que la línea que divide a corruptos de honestos es precisamente la que separa a fujimoristas de antifujimoristas. 

Bajo estas premisas se ha desarrollado la política peruana desde el gobierno de Paniagua hasta el actual. Entiendo que la idea detrás era conducir una transición democrática que establezca un modelo de convivencia más sano después de la corrupción del primer y hasta ahora único fujimorato. 

La crisis actual es el agotamiento de esta matriz por tres razones. La primera es la continuidad del modelo de corrupción en el Estado, posible en parte por la débil institucionalidad y el crecimiento económico entre 2002 y 2012. El segundo elemento es el crecimiento electoral del fujimorismo. A inicios de la anterior década muchos pensábamos que eran los momentos finales de este grupo político delincuencial, sin embargo, logró remontar el generalizado rechazo de buena parte de la sociedad y reconstruir una estructura de organización y nuevas lealtades basadas en prácticas clientelares con recursos económicos que son materia de investigación judicial. 

Finalmente, el tercer elemento es la ausencia de políticas realmente redistributivas acompañadas de una cultura ciudadana. El país ha crecido pero sigue siendo escandalosamente desigual. La sociedad civil no se ha fortalecido y nuestras clases medias son precarias económica y políticamente. 

Ahora, al conocerse la manera de operar de empresas trasnacionales como Odebrecht a lo largo de todos los gobiernos desde Toledo hasta el actual, vemos que los sentidos de la política no pueden construirse en base a la oposición clara y transparente entre "corruptos" y "honestos" o entre "autoritarios" y "democráticos". La conducción del campo antifujimorista quedó en manos de tímidos liberales como Toledo o de personajes inconsistentes como Ollanta. Al final, hemos tenido un antifujimorismo light que no ha sabido responder al envalentonamiento del fujimorismo desde el segundo gobierno de García. Y ahora, carece de líderes de alcance nacional. 

De allí toda la confusión y disparidad de criterios para salir de esta crisis. No hay un liderazgo ni banderas claras. La honestidad en un grupo algo más que salpicado de corrupción es insostenible. Nos encontramos pues en un periodo de transición que supone el fin de la matriz fujimorismo/antifujimorismo tal como la conocíamos. 

Pues, la vigencia de las instituciones democráticas debería ser un valor en si mismo, pero estos años la democracia ha estado tan vacía de contenidos que no ha logrado construir lazos de lealtad ciudadana en sectores claves. Por ejemplo en el movimiento sindical.  La actual posición bastante radical del sindicalismo que llama a elecciones generales y asamblea constituyente me parece entendible en tanto el sindicalismo ha sido uno de los sujetos sociales más desplazados y maltratados desde la recuperación de la democracia. 

¿Qué le ha dado la democracia actual al sindicalismo en más de 15 años? No le ha permitido recuperar su capacidad adquisitiva para empezar. Ni ha mejorado la calidad del empleo. Ni ha permitido una Ley General del Trabajo. No hay más sindicatos ahora, por el contrario, tenemos menos sindicatos en el sector privado, que durante los peores años del fujimorato (y sólo eso debería darle vergüenza a la institucionalidad democrática). 

Si bien se logró la reposición de los trabajadores estatales despedidos y una Ley de Salud y Seguridad en el trabajo que desde el día siguiente de su vigencia ha sido atacada y menoscabada por empresarios y Ministerio de trabajo; es muy poco para más de una década de democracia. 

Y esto me permite ingresar a la parte final de mi argumentación. Tal vez, la derrota definitiva del fujimorismo no sea posible con las viejas banderas del antifujimorismo de inicios del presente siglo. Tal vez, sea necesaria otra matriz política que defina nuevos campos y sentidos políticos. Y aquí ingresa la "izquierda del trabajo". 

Es necesario definir una matriz política que frente a los supuestos políticos del fujimorismo oponga posiciones en lo económico (antineoliberal), en lo social (anti individualista) y en lo político (radicalmente democrática). De esta manera, el debate ya no será solamente contra el fujimorismo en tanto fujimoristas sino en tanto neoliberales, conservadores, reaccionarios y por supuesto, corruptos. 

Me queda claro, que esto puede ser posible desde una amplia "izquierda del trabajo" y no desde los debilitados e inconsistentes sectores liberales y tecnoliberales. 

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