Javier Diez Canseco o lo que perdimos en los últimos años (parte 1)

Cuando empecé a interesarme en la política, por diversas razones, lo mio eran los sindicatos. Los amigos de entonces, en plenos 80s nos decantábamos entre los que se orientaban a los temas campesinos, rurales, Arguedas y los que nos quedábamos con los obreros, las huelgas, un Marx con fuerte acento ruso. Y claro, estaban también los que además, estudiaban.

A mediados de los 80s empecé a ir a las fábricas que quedaban en las avenidas industriales de la ciudad, y a las primeras asambleas sindicales. Y casi siempre, los viejos dirigentes nos contaban que ya antes, "en los 70s" otros jóvenes habían pasado por allí. Unos jóvenes "de la Católica" que eran recordados con aprecio. Más tarde, cuando ya me reunía con dirigentes sindicales pude constatar que efectivamente, casi 20 años después el trabajo político de la generación de Javier Diez Canseco seguía allí, en la memoria de dirigentes y trabajadores.

Javier ha muerto y con él se cierra una etapa en la izquierda peruana. Un buen momento para hacer balances. ¿Qué viene perdiendo la izquierda en el país que resulta tan difícil imaginar el camino a seguir? Pongamos sólo dos palabras para empezar: cultura política.

La izquierda ha perdido en las dos últimas décadas casi todo lo que tenía de cultura política. Es decir, el saber compartido sobre ideas, conductas, prácticas y maneras de hacer las cosas. Mal que bien, de los 60s a 80s se dio forma a una manera de "ser de izquierdas", que a la fecha se ha perdido. Se ha ido, se ha mezclado, tergiversado y disuelto en muchas cosas y en nada.

"Ser de izquierdas" ahora es algo tan diferente y extraño, que ya no sorprende que algunos se confundan y llamen "izquierda" a lo que es su opuesto. 

Claro, algunos ya empezarán a decirme que soy un anacrónico y que estos son lamentos del pasado. Que lo moderno, lo postmoderno y lo demás es lo realmente in. Pongamos unos ejemplos para ver si nos entendemos. 

Los que renuncian
Esta de moda renunciar al partido donde uno venia militando. Carlos León Moya renuncia al Partido Socialista y Yomar Melendez a Patria Roja, por ejemplo.

Antes, nadie renunciaba. Los partidos se dividían. Es cierto que muchas veces se trataba de discusiones bizantinas e hiperideologizadas que escondían tirrias y rencores personales. Pero nadie pensaba en irse simplemente por la libre y quedarse tan campante. Ahora tenemos jóvenes cuyo mayor orgullo es la carta de renuncia al partido.

Es claro, que toda militancia es voluntaria. Sin embargo, más allá del oportunismo (esa vieja palabra que ahora poco se usa)  de muchas de estas renuncias, lo que sorprende es la escasa sanción moral del resto al renunciante. Siguen por allí, frescos y orondos, paseándose con total desparpajo. Al parecer, ahora se entiende que renunciar al partido es una travesura más, una criollada más, un acto de rebeldía y una manifestación de individualidad. Curioso. Pero si lo pensamos, ¿la renuncia a la militancia no es un acto de traición con los demás militantes?

Eduardo Haro Tecglen contaba la siguiente anécdota. Hace muchos años en medio de discusiones y divisiones en la izquierda española le preguntó a Manuel Vasquez Montalban porqué seguía siendo comunista. Manuel respondio  -por el militante de base.

Y de eso se trata. La militancia es un acto de solidaridad con los demás, un compromiso con los nuestros.  Pero hoy día se ha convertido en una escalera a dietas, puestos, famas o contactos. Y cuándo deja de funcionar, el izquierdista renuncia. Y no pasa nada.

Revolucionarios de facebook
Para ser izquierdista hay que ir a reuniones. Antes, uno se pasaba la vida en reuniones. Terminaba una y entrabas a otra. Y si no te convocaban, te preocupabas. En las reuniones, te enterabas de la línea, de las discusiones, de los tuyos y de los otros. 

Hoy tenemos "las redes". Facebook, twitter, blogs, etc. Ser de izquierdas es tener a tus amigos en una red y comentar la coyuntura local o internacional. Indignarse, quejarse, protestar, solidarizarse y rebelarse haciendo click con el mouse. 

Como cualquiera podría suponer, este cambio -tan simple-, entraña una diferencia sustancial en las maneras que la gente asume su identidad política. Hoy día ser de izquierdas, no cuesta más que unos minutos frente a la computadora. Se ha perdido el lento proceso de aprendizaje de discutir políticamente. Ser radical se confunde con trollear una idea. Y los argumentos ad hominen se celebran con entusiasmo.    

Se ha perdido entonces, entre los izquierdistas de facebook la necesaria relación entre palabra y acción. Pero más grave aún, es que construimos redes de gente que piensa igual, que se lee y relee, donde "quedar bien" es más importante que "hacer cosas". La eficiencia política es desplazada por la popularidad mediática.     

Hace poco hemos visto a todo compañero y compañera tomarse su foto en el velorío de Javier Diez Canseco y publicarla en facebook. ¿Porqué? Porque la izquierda ha vuelto espectáculo  hasta el velorio de uno de sus representantes.  

Del partido a los colectivos
Antes las diferentes militancias discutían y recelaban por ver cual pertenecía al partido más grande, al que llevaba más gente, el que movía más masas. Hoy, small is beautiful. De esto ya he escrito bastante.  tener muchos colectivos no es bueno, no es mejor, no es un paso adelante. Es un signo de la debilidad de nuestra izquierda por construir instituciones realmente representativas y plurales.  

Esto es una derrota
Uno se da cuenta que hemos perdido la brújula cuando la gente no sabe distinguir una victoria de una derrota. Miren, los resultados de la revocatoria han sido una derrota. No hay escenario donde alguien pueda -y ahora más que nunca- pensar que la izquierda como tal ha salido bien librada de ese trance electoral.  No se entiende el cúmulo de mensajes optimistas y entusiastas. Pero todo esto llega a un punto inimaginable cuando asumen los que reemplazan a la veintena de regidores depuestos. Saludos y felicitaciones. ¿Porqué felicitar a alguien que asume un puesto gracias que que su compañero titular ha sido revocado? A lo sumo, podríamos desearles suerte y mucha, pues como vamos viendo, la están necesitando a raudales.   

El faro de la revolución 
No todo es cambio. Aquí tenemos una continuidad. Pero lamentablemente, no es para alegrarse. Uno de los errores más graves y perjudiciales de la izquierda añeja fue su dependencia de los intereses de gobiernos foráneos puestos en clave de diferencias ideológicas. Pocos podrán pensar ahora, que la polémica chino-soviética respondía a un debate sobre el proceso revolucionario mundial antes que a correlaciones y hegemonías políticas entre la URSS y China. Pero, así como ahora es evidente, en aquella época también lo era. Pero no lo queríamos ver y nos hacíamos los locos. Seguidismo, pues. Asumir una política internacional sin hacer preguntas. 

Y en esto, si pues, no hay muchos cambios. Por un lado, la izquierda light se aúpa a USAID, Fundación NED, y se compra todos el paquete que incluye la política antidrogas de los EEUU, su manera de entender la libertad de prensa, su política migratoria y demás. Los nuestros, otro tanto. Pasamos a la defensa acrítica de todo caudillo con aires progresistas. El problema no es apoyar a Cuba, Venezuela o Bolivia, sino entender ese apoyo como la más fiel defensa de los intereses de los gobiernos de dichos países. Una izquierda radical defiende los procesos revolucionarios y especialmente a los colectivos organizados de los más débiles en dichos procesos. Y esa solidaridad es concreta, dialéctica y también crítica. Ser de izquierdas no es convertirse en una oficina de prensa de un gobierno determinado.              

Estos son sólo algunos ejemplos, escritos rápidamente para expresar las ausencias, vacíos y pérdidas que vive nuestra izquierda.  La idea es simple: no tenemos una cultura de izquierda, porque no hay un movimiento real de izquierda. No basta pensar en recetas electorales, en estrategias de marketing político o en caudillos -estos si, sinceros y consecuentes- cuando ni el sujeto ni los ideales están claros y bien puestos.   


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