09 de Julio: Paro Nacional
Ya faltan unas pocas horas para el Paro Nacional, en estos momentos, el local de la CGTP en Plaza Dos de Mayo es un hervidero de gente que entra y sale. Líderes políticos buscando asegurar un espacio mañana, dirigentes de algunas regiones, de federaciones, gente de base buscando los últimos volantes o afiches, reuniones en organización para terminar los últimos detalles, compañeros de la guardia obrera mirando con desconfianza a todos, mujeres, jóvenes, en fin, parece la víspera de una fiesta. Los ánimos son optimistas, la gente parece apurada y algo cansada. Una guardia pernoctará en el local sindical “por si acaso”.
Raquel, una joven sindicalista de una nueva organización pasea algo confundida en nuestro local. La empresa textil para la que trabaja no quiere negociar el pliego de reclamos. Ya han pasado más de dos meses y siguen dilatando el trámite. Mientras tanto, debe seguir trabajando doce horas por el salario mínimo y sin contrato.
Uno puede ser escéptico en muchas ocasiones. Como Grompone cuando repetía la frase de Gramsci, si mal no recuerdo: entre el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón, así andamos. Objetivamente, el tejido sindical y la organización política aún es muy débil para poder afectar la estructura productiva y movilizar a la ciudadanía en una respuesta política contundente. Específicamente en Lima, claro esta. La ciudad ha crecido muy rápido y su carácter pluricentrico aún no ha sido asumido por la estructura sindical. En provincias, probablemente la protesta sea más fuerte, por lo menos en el oriente y el sur. Pero ya dependerá del filtro de los medios de prensa para poder conocer el real impacto de la paralización fuera de Lima.
Sin embargo, no deja de ser interesante todo lo aprendido estas semanas. Las reuniones de una izquierda que parecía imposible de reunir. Aún pequeña y a veces marginal, pero no por eso inexistente. Reuniones en locales sindicales o comunales en cerros, barriadas, viajes interminables para regresar a casa un par de horas y volver a salir a otras reuniones. El entusiasmo estructural de algunos dirigentes, -especialmente en Organización de la CGTP-, que no se cansan de convocar, reunir, persuadir, y volver a convocar, siempre resulta tan inspirador como inexplicable. Las dificultades de coordinar a tantas voces, cabezas y egos, en un esfuerzo común, es un mérito de los dirigentes sindicales.
Pero también está la ingenuidad casi pueblerina de los compañeros, que afanosos han colgado un parlante en el frontis de nuestro local. Salgo a la Plaza y a los cincuenta metros, ya no se oye la música rebelde ni los discursos improvisados de los dirigentes que quieren asegurarse de hablar ahora, pues mañana en el mitin, el micrófono estará mucho más reñido. Pero igual esta el parlante, como si así solito bastará para derrotar toda la parafernalia mediática del gobierno y los empresarios. Así somos. Nos movemos en una delgada línea que separa la esperanza de todo asidero a la realidad. Pero esta bien, ser sindicalista en nuestro país implica tener algo de don Quijote.
Ya en un tono más serio, el debate radial, entre Jorge Del Castillo y Mario Huamán del último sábado, ciertamente predecible, mostró las diferencias entre un discurso político y otro sindical. Los sindicalistas deberíamos explicar mejor nuestros argumentos y razones, poner ejemplos más sencillos y hablar directamente a los trabajadores. No es lo mismo dirigirse a una Asamblea de Delegados donde la gente comparte las mismas referencias de identidad y conoce la jerga y modos sindicales, que frente a un auditorio de radioescuchas más amplio, diverso y ajeno al mundo sindical. Es necesario un esfuerzo específico por hacernos entender.
Por ejemplo, Del Castillo y adláteres repiten que la ley de Mypes va a formalizar y ampliar los derechos laborales. Lo que va a ocurrir es que en las PYMES donde hay algo de formalidad, los trabajadores serán pasados al nuevo régimen y perderán efectivamente derechos. Porque no tienen capacidad para formar sindicatos y defenderse por si mismo y porque el Estado no tiene capacidad ni interés en hacer cumplir la ley. Al final lo que tendremos son más trabajadores precarizados pero ahora de manera “legal”.
El sindicalismo tiene dos grandes debilidades, por un lado, nos falta una clara política comunicativa y de medios, que sea a la vez sindical como ciudadana. Por otro lado y más importante aún, es el bache generacional que nos hace muy difícil contar con nuevos liderazgos en el rango de 40 a 30 años. Esto nos hace difícil disponer de los cuadros necesarios para precisamente articular una estructura más acorde con el nuevo mapa de Lima.
Por estas razones, el Paro -que a algunos aburre, mientras los analistas, ya sean jóvenes o mayores tratan de explicar o cuestionar según filias y fobias- es un momento importante para nuestra sociedad. Atrae odios, temores y cóleras; comprende talvez oportunismos y ambiciones, pero también, y no es lo menos importante, encierra una esperanza, la esperanza simple y sencilla, de que algunas cosas podemos realmente cambiarlas. Para Raquel, eso es suficiente, para mí también.
Raquel, una joven sindicalista de una nueva organización pasea algo confundida en nuestro local. La empresa textil para la que trabaja no quiere negociar el pliego de reclamos. Ya han pasado más de dos meses y siguen dilatando el trámite. Mientras tanto, debe seguir trabajando doce horas por el salario mínimo y sin contrato.
Uno puede ser escéptico en muchas ocasiones. Como Grompone cuando repetía la frase de Gramsci, si mal no recuerdo: entre el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón, así andamos. Objetivamente, el tejido sindical y la organización política aún es muy débil para poder afectar la estructura productiva y movilizar a la ciudadanía en una respuesta política contundente. Específicamente en Lima, claro esta. La ciudad ha crecido muy rápido y su carácter pluricentrico aún no ha sido asumido por la estructura sindical. En provincias, probablemente la protesta sea más fuerte, por lo menos en el oriente y el sur. Pero ya dependerá del filtro de los medios de prensa para poder conocer el real impacto de la paralización fuera de Lima.
Sin embargo, no deja de ser interesante todo lo aprendido estas semanas. Las reuniones de una izquierda que parecía imposible de reunir. Aún pequeña y a veces marginal, pero no por eso inexistente. Reuniones en locales sindicales o comunales en cerros, barriadas, viajes interminables para regresar a casa un par de horas y volver a salir a otras reuniones. El entusiasmo estructural de algunos dirigentes, -especialmente en Organización de la CGTP-, que no se cansan de convocar, reunir, persuadir, y volver a convocar, siempre resulta tan inspirador como inexplicable. Las dificultades de coordinar a tantas voces, cabezas y egos, en un esfuerzo común, es un mérito de los dirigentes sindicales.
Pero también está la ingenuidad casi pueblerina de los compañeros, que afanosos han colgado un parlante en el frontis de nuestro local. Salgo a la Plaza y a los cincuenta metros, ya no se oye la música rebelde ni los discursos improvisados de los dirigentes que quieren asegurarse de hablar ahora, pues mañana en el mitin, el micrófono estará mucho más reñido. Pero igual esta el parlante, como si así solito bastará para derrotar toda la parafernalia mediática del gobierno y los empresarios. Así somos. Nos movemos en una delgada línea que separa la esperanza de todo asidero a la realidad. Pero esta bien, ser sindicalista en nuestro país implica tener algo de don Quijote.
Ya en un tono más serio, el debate radial, entre Jorge Del Castillo y Mario Huamán del último sábado, ciertamente predecible, mostró las diferencias entre un discurso político y otro sindical. Los sindicalistas deberíamos explicar mejor nuestros argumentos y razones, poner ejemplos más sencillos y hablar directamente a los trabajadores. No es lo mismo dirigirse a una Asamblea de Delegados donde la gente comparte las mismas referencias de identidad y conoce la jerga y modos sindicales, que frente a un auditorio de radioescuchas más amplio, diverso y ajeno al mundo sindical. Es necesario un esfuerzo específico por hacernos entender.
Por ejemplo, Del Castillo y adláteres repiten que la ley de Mypes va a formalizar y ampliar los derechos laborales. Lo que va a ocurrir es que en las PYMES donde hay algo de formalidad, los trabajadores serán pasados al nuevo régimen y perderán efectivamente derechos. Porque no tienen capacidad para formar sindicatos y defenderse por si mismo y porque el Estado no tiene capacidad ni interés en hacer cumplir la ley. Al final lo que tendremos son más trabajadores precarizados pero ahora de manera “legal”.
El sindicalismo tiene dos grandes debilidades, por un lado, nos falta una clara política comunicativa y de medios, que sea a la vez sindical como ciudadana. Por otro lado y más importante aún, es el bache generacional que nos hace muy difícil contar con nuevos liderazgos en el rango de 40 a 30 años. Esto nos hace difícil disponer de los cuadros necesarios para precisamente articular una estructura más acorde con el nuevo mapa de Lima.
Por estas razones, el Paro -que a algunos aburre, mientras los analistas, ya sean jóvenes o mayores tratan de explicar o cuestionar según filias y fobias- es un momento importante para nuestra sociedad. Atrae odios, temores y cóleras; comprende talvez oportunismos y ambiciones, pero también, y no es lo menos importante, encierra una esperanza, la esperanza simple y sencilla, de que algunas cosas podemos realmente cambiarlas. Para Raquel, eso es suficiente, para mí también.
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